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Gloria Fuertes García (28 de julio de 1917 – 27 de noviembre de 1998) fue una poetisa y autora de literatura infantil española, vinculada al primer movimiento literario español tras la Guerra Civil, la Generación del 50 o postismo. Se hizo especialmente conocida en España en los años 70, tras sus colaboraciones en programas infantiles de televisión. En su obra defendió la igualdad entre hombres y mujeres, el pacifismo y la lucha por el medio ambiente. Con el centenario de su nacimiento en 2017, el reconocimiento de su papel en el conjunto de la poesía española del siglo XX ha aumentado enormemente. Nació y murió en Madrid, España[1][2].
Aunque siempre se definió a sí misma como “autodidacta y desescolarizada poéticamente” su nombre se ha vinculado a dos movimientos literarios: La Generación del 50 y el Postismo, un grupo literario de posguerra al que se incorporaron a finales de los años 40 y del que formaron parte Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, y en el que también colaboraron Ángel Crespo y Francisco Nieva.
El postismo quedó para siempre en Gloria Fuertes desmitificando la actitud poética a través del humor; el humor en Gloria Fuertes es una forma crítica de construir la realidad y descubrir la verdad de las cosas. La Guerra Civil dejó una profunda huella en ella. El antibelicismo y la protesta contra el absurdo de la civilización están presentes en su poesía de forma categórica. Como ella misma dijo, “sin la tragedia de la guerra quizá nunca hubiera escrito poesía”.
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Gloria Fuertes nació en el castizo y popular barrio madrileño de Lavapiés. Su madre era costurera y sirvienta; su padre, un capataz. Estudió en el Instituto de Formación Profesional de la Mujer. Su interés por la escritura comenzó a la temprana edad de cinco años, cuando escribía y dibujaba sus propios cuentos. Comenzó a escribir poesía a los catorce años, a los quince los leyó en Radio España de Madrid, y a los diecisiete dio forma a su primer libro de poemas, Isla Ignorada, que se publicó en 1950. A la muerte de su madre, en 1934, entró a trabajar durante diecisiete años en los Talleres Metalúrgicos, y al año siguiente publicó sus primeros poemas y dio su primer recital de poesía en Radio Madrid.
Aunque siempre se definió como “autodidacta y desescolarizada poéticamente” su nombre ha estado ligado a dos movimientos literarios: La Generación del 50 y el Postismo, un grupo literario de posguerra al que se incorporaron a finales de los años 40 y del que formaron parte Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, y en el que también colaboraron Ángel Crespo y Francisco Nieva.
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Gloria Fuertes nació en el castizo y popular barrio madrileño de Lavapiés. Su madre era costurera y sirvienta; su padre, un capataz. Estudió en el Instituto de Formación Profesional de la Mujer. Su interés por la escritura comenzó a la temprana edad de cinco años, cuando escribía y dibujaba sus propios cuentos. Comenzó a escribir poesía a los catorce años, a los quince los leyó en Radio España de Madrid, y a los diecisiete dio forma a su primer libro de poemas, Isla Ignorada, que se publicó en 1950. A la muerte de su madre, en 1934, entró a trabajar durante diecisiete años en los Talleres Metalúrgicos, y al año siguiente publicó sus primeros poemas y dio su primer recital de poesía en Radio Madrid.
Aunque siempre se definió como “autodidacta y poéticamente desescolarizada” su nombre ha estado ligado a dos movimientos literarios: La Generación del 50 y el Postismo, un grupo literario de posguerra al que se incorporaron a finales de los años 40 y del que formaron parte Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, y en el que también colaboraron Ángel Crespo y Francisco Nieva.
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El tema que se hablaba en el programa era “Mujeres, sexismo…” Recuerdo algo. Gloria y yo teníamos opiniones. Yo no estaba de acuerdo con ella en varias cosas y ella me dijo: “eres muy joven, cuando tengas más experiencia, te darás cuenta de que no estoy tan equivocada”.
Cuando terminó el programa, me dijo que aunque no habíamos coincidido en nuestras propuestas, le gustaría que nos viéramos un día para seguir hablando. Le dije que era una mujer valiente y me dio su número de teléfono para que la llamara. No lo hice. Me dio problemas para llamar a una mujer tan importante, a la que admiraba tanto, pero… la llamé y concerté una cita en su casa. Fue genial. Su casa, a la que comparó con “un tranvía”, estaba llena de libros, cuadros, plantas, premios y todo tipo de objetos que le habían regalado.
Lo mostraba todo con cara de felicidad de niña orgullosa de sus pertenencias. Ese primer día me habló de su infancia y de cómo sintió la guerra del 36, sufriéndola de una manera que la dejó marcada para siempre y como resultado se convirtió en pacifista. Me habló de sus amigos, de sus padres, de sus amores, del jefe en su oficina. Me habló de tantas cosas… Le dije: “Te invito a algo. Ve a la nevera que hay en esa habitación y coge lo que quieras. “Le dije que no quería coger nada. Ella insistió y me mostró que tenía, refrescos, dejándole muy buenos guisos de Charo, budines, etc. El bacalao, el queso y el pan de chapata, le encantaban, e improvisaba una comida.