Andan ahora en la sede de la calle Génova, además de apagando incendios, casi siempre en forma de rumores malintencionados, recontando amigos y enemigos de cara al congreso que dentro de un mes celebrará el Partido Popular en Valencia. Parece poco probable que surja una segunda candidatura frente a la de Rajoy (la especulación de ayer hablaba de una posible, pienso que muy improbable, lista encabezada por el ex ministro de Aznar Juan Costa). Así que el interés se centrará en ver cuántos votos en blanco se registran entre los tres mil compromisarios frente a la candidatura ‘oficial’ de Mariano Rajoy.
Si mis informantes están en lo cierto, no habrá más allá de un diez por ciento de estos sufragios ‘contra’ Rajoy. O sea, trescientos enemigos declarados, frente a dos mil setecientos ‘amigos’. Un éxito, dadas las circunstancias y los feroces ataques que, desde sectores sedicentemente cercanos al Partido Popular, están recibiendo Rajoy y su entorno.
Creo que nadie duda, a estas alturas, de que Rajoy ganará el congreso (lo que ocurra después es algo que nadie, ni los oficialistas ni los amotinados, sabe). Y que ello va a suponer un factor de fortalecimiento de su posición interna. Es lo que algunos quieren evitar: tratan de lograr que Rajoy no llegue al congreso de Valencia, y cada día intensificarán más los ataques, máxime cuando parece que el presidente del PP no está en disposición de responderlos, y la falta de estructuración actual en el PP hace que ninguno de sus próximos se sienta legitimado para salir a ‘dar estopa’ a los otros.
Y, así, curiosamente, una minoría, básicamente centralizada en Madrid, enrolada en torno a un par de medios de comunicación, es la que lleva la voz cantante, la que aprovecha todos los resquicios, y convierte en una auténtica batalla cada acto de debate precogresual, como, por ejemplo, la extraña marcha de María San Gil de ‘su’ ponencia política. Es una auténtica lucha de poder y dominio, en la que figuras que formalmente no son militantes del PP han decidido conducir los destinos del partido. Y esos destinos parecen pasar, a su entender, por la inexorable dimisión de Rajoy, antes de que gane el congreso valenciano. En ello están empeñados, sea cual sea la opinión de la mayor parte de la militancia, a la que nadie parece, hasta ahora, haber consultado.
No deja, así planteada, de ser una situación curiosa. Y, sin embargo, nadie ve demasiado clara la salida, porque Rajoy, con muchos más partidarios que adversarios, tiene un enorme enemigo, que no son ciertos medios de comunicación, ni algún/a presidente/a autonómico/a, ni un ex dirigente del partido regresado del más allá. El principal enemigo de Mariano Rajoy se llama Mariano Rajoy.
Un hombre sin demasiada ambición política, una buena persona carente del instinto ‘killer’ que, por lo visto, forja a los políticos españoles. Un hombre a veces indeciso, que se debate entre las peticiones que sus allegados familiares le hacen para que tire la toalla y el deseo de sus próximos en el PP, seguramente cimentados en una gran mayoría de los setecientos veinte mil militantes del partido, para que siga. Con alguien como Rajoy, ya podrán.