Jose de acosta de procuranda indorum salute

Cómo se recuerda a josé de acosta

José de Acosta (1539 o 1540[1] en Medina del Campo, España – 15 de febrero de 1600 en Salamanca, España) fue un misionero jesuita español del siglo XVI y naturalista en América Latina. Sus deducciones sobre los efectos nocivos del cruce de los Andes en 1570 se referían a que la atmósfera era demasiado delgada para las necesidades humanas; una variedad del mal de altura que hoy se conoce como el mal de Acosta.

A la edad de 32 años, Acosta salió de España con varios otros jesuitas en 1570, desembarcando en Cartagena de Indias, y finalmente en Nombre de Dios, luego viajó a través de 18 leguas – alrededor de 62 mi (100 km) – de bosque tropical. Quedó impresionado por el paisaje, las novedosas vistas a cada paso, y se interesó, en Capira, por las ingeniosas travesuras de las tropas de monos. De Panamá se embarcó hacia Perú para seguir la labor misionera. Esperaba experimentar un calor insoportablemente intenso al cruzar el ecuador, pero lo encontró tan fresco en marzo, que se rió de Aristóteles y su filosofía[5].

A su llegada a Lima, se le ordenó cruzar los Andes, aparentemente para unirse al Virrey del Perú en el interior. Tomó la ruta, con catorce o quince compañeros, a través de la provincia montañosa de Huarochiri, y por el elevado paso de Pariacaca (más de 14.000 pies (4.300 m)), donde todo el grupo sufrió gravemente los efectos de la atmósfera enrarecida. Acosta describe estos sufrimientos, que se repetirían en las otras tres ocasiones en que se cruzó la cordillera. Acosta fue uno de los primeros en dar una descripción detallada del mal de altura, y en relacionarlo con “un aire… tan delgado y tan delicado que no está proporcionado a la respiración humana”,[6] y una variedad del mal de altura se denomina mal de Acosta.[7] También menciona un ataque de ceguera de las nieves y la forma en que una india lo curó.

Discurso sobre el colonialismo

José de Acosta (1539 o 1540[1] en Medina del Campo, España – 15 de febrero de 1600 en Salamanca, España) fue un misionero jesuita español del siglo XVI y naturalista en América Latina. Sus deducciones sobre los efectos nocivos del cruce de los Andes en 1570 se referían a que la atmósfera era demasiado delgada para las necesidades humanas; una variedad del mal de altura que hoy se conoce como el mal de Acosta.

A la edad de 32 años, Acosta salió de España con varios otros jesuitas en 1570, desembarcando en Cartagena de Indias, y finalmente en Nombre de Dios, luego viajó a través de 18 leguas – alrededor de 62 mi (100 km) – de bosque tropical. Quedó impresionado por el paisaje, las novedosas vistas a cada paso, y se interesó, en Capira, por las ingeniosas travesuras de las tropas de monos. De Panamá se embarcó hacia Perú para seguir la labor misionera. Esperaba experimentar un calor insoportablemente intenso al cruzar el ecuador, pero lo encontró tan fresco en marzo, que se rió de Aristóteles y su filosofía[5].

A su llegada a Lima, se le ordenó cruzar los Andes, aparentemente para unirse al Virrey del Perú en el interior. Tomó la ruta, con catorce o quince compañeros, a través de la provincia montañosa de Huarochiri, y por el elevado paso de Pariacaca (más de 14.000 pies (4.300 m)), donde todo el grupo sufrió gravemente los efectos de la atmósfera enrarecida. Acosta describe estos sufrimientos, que se repetirían en las otras tres ocasiones en que cruzaron la cordillera. Acosta fue uno de los primeros en dar una descripción detallada del mal de altura, y en relacionarlo con “un aire… tan delgado y tan delicado que no está proporcionado a la respiración humana”,[6] y una variedad del mal de altura se denomina mal de Acosta.[7] También menciona un ataque de ceguera de las nieves y la forma en que una india lo curó.

El lugar de la cultura

A los pies de la colina del Palatino en Roma, a poco más de un centenar de metros al oeste del arco de triunfo erigido por el emperador más asociado a la conversión cristiana del Viejo Mundo -Constantino el Grande-, se encuentra otro arco. Reubicado desde su posición original al pie oriental del Palatino, más o menos directamente frente a la mayor ruina que queda en el foro -la de la basílica de Majencio-, constituía la entrada monumental a uno de los jardines botánicos más importantes de la Europa del siglo XVI: los Orti farnesiani, que adquirieron su forma definitiva entre 1565 y 1590. Propongo que se considere que este segundo arco tiene un significado simbólico similar para la conversión del Nuevo Mundo.

Según Harris, en poco menos de doscientos años “la Sociedad produjo un corpus de unos 5.000 títulos publicados que abarcan prácticamente todas las ramas de las ciencias naturales y matemáticas”, por no hablar de la montaña de correspondencia inédita relacionada con figuras como Athanasius Kircher (1602-80), de quien tenemos al menos dos mil cartas supervivientes:

Piel negra, máscaras blancas

José de Acosta (1539 o 1540[1] en Medina del Campo, España – 15 de febrero de 1600 en Salamanca, España) fue un misionero jesuita español del siglo XVI y naturalista en América Latina. Sus deducciones sobre los efectos nocivos del cruce de los Andes en 1570 se referían a que la atmósfera era demasiado delgada para las necesidades humanas; una variedad del mal de altura que hoy se conoce como el mal de Acosta.

A la edad de 32 años, Acosta salió de España con varios otros jesuitas en 1570, desembarcando en Cartagena de Indias, y finalmente en Nombre de Dios, luego viajó a través de 18 leguas – alrededor de 62 mi (100 km) – de bosque tropical. Quedó impresionado por el paisaje, las novedosas vistas a cada paso, y se interesó, en Capira, por las ingeniosas travesuras de las tropas de monos. De Panamá se embarcó hacia Perú para seguir la labor misionera. Esperaba experimentar un calor insoportablemente intenso al cruzar el ecuador, pero lo encontró tan fresco en marzo, que se rió de Aristóteles y su filosofía[5].

A su llegada a Lima, se le ordenó cruzar los Andes, aparentemente para unirse al Virrey del Perú en el interior. Tomó la ruta, con catorce o quince compañeros, a través de la provincia montañosa de Huarochiri, y por el elevado paso de Pariacaca (más de 14.000 pies (4.300 m)), donde todo el grupo sufrió gravemente los efectos de la atmósfera enrarecida. Acosta describe estos sufrimientos, que se repetirían en las otras tres ocasiones en que se cruzó la cordillera. Acosta fue uno de los primeros en dar una descripción detallada del mal de altura, y en relacionarlo con “un aire… tan delgado y tan delicado que no está proporcionado a la respiración humana”,[6] y una variedad del mal de altura se denomina mal de Acosta.[7] También menciona un ataque de ceguera de las nieves y la forma en que una india lo curó.